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El Narrador de Cuentos: - XI - "Los 7 monstruos".





Los guaranies corresponden a una población indígena que habito la región centro sur de Sudamérica; en lo que hoy sería Paraguay y Bolivia (la parte selvática), noreste de Argentina y sur de Brasil. La mitología guaraní presenta una gran profundidad y variedad, pero lo que más resalta en sus personajes ficticios es que no son difíciles de imaginar y adaptarlos a la vida cotidiana; no cuentan con poderes que sobrepasen el límite de lo que podía ser real; son mitos más creíbles, tratan de animales extraños y personas que sufren maldiciones.

Alteradas por la conquista, muchos mitos fueron usados por los misioneros cristianos para adaptarlos al modelo evangélico y por ello parte de los mitos que fueron registrados por aquellos primeros jesuitas parecen recodar el Génesis bíblico.

El Génesis Guarani.



En el principio la nada, una neblina primigenia llamada Tatachina y los vientos originales.Ñamandú —Nuestro gran padre— (también denominado Ñanderurusú, Ñanderuguasu) se formará a sí mismo, crecerá de la nada como un árbol que se levanta separando la tierra y las aguas del cielo. Al latir su corazón la luz brilla y aparta las sombras de la oscuridad.

Al igual que en mito bíblico, Ñámandú concibió la palabra (Ayvú) y con ella crea a los otros dioses: Ñanderu py’a guasu (Nuestro Padre Sabio y padre de las palabras), Karaí (dueño de la llama y del fuego solar), Yakairá (o Yaraira, dueño de la bruma, de la neblina y del humo de la pipa que inspira a los chamanes) y Tupã (dueño de las aguas, de las lluvias y del trueno).

Junto con ellos crea la tierra, llamada Yvy Tenonde (Tierra Primera), se crea también el mar, el día y la noche. Comienzan a poblarla con los primeros animales y comienzan a crecer las primeras plantas. Aparecen luego los hombres, que conviven con los dioses. Tupã creó a la humanidad formada cual Prometeo de estatuas de arcilla que representan al hombre y a la mujer. Luego de soplar la vida en estas formas humanas, los dejó con los espíritus del bien (Angatupyry) y del mal (Taú) y partió.

La primera raza así creada serían los guaraníes, de quienes se originarían los demás pueblos. El hombre y la mujer creados por Tupa se llamaban Rupave y Sypave, nombres que significan “Padre de los pueblos” y “Madre de los pueblos, respectivamente. La pareja tuvo tres hijos y un gran número de hijas.

Kerana, una bella hija de los hombres fue capturada por el espíritu del mal, llamado Taú. Juntos tuvieron siete hijos, que fueron malditos por la gran diosa Arasy (compañera de Tupa) y todos, excepto uno, nacieron como monstruos horribles. Muchos de los nombres de aquellos viejos dioses han sido olvidados por los hombres, pero aún hoy se mantiene viva la leyendas de estos siete monstruos.

La leyenda de estos siete monstruos es narrada en el Libro Mitología Guaraní de Jorge Montesino en los capítulos XVIII al XXXIII como se cuenta continuación:
La leyenda de los siete monstruos


Desde aquella mañana de silencios en que Jahari fue sepultado, la calma reina en la aldea. Tume Arandu continua descubriendo misterios en las hierbas que crecen en el valle, Guarasyáva se hace dueña de los secretos de los animales del agua. Porãsy, en su reinado de belleza y hermosura pasea por los montes hablando con los pájaros. Tupinamba sigue conquistando cerros con su fuerza inigualable. Marangatu cuida a su unigénita con infinita bondad y ella, Kerana es el apodo de la hija única de Marangatu, ella duerme. Kerana, bella como sus tías, está en la flor de la adolescencia, sus ojos tienen el brillo del movimiento de las aguas cuando juegan con el sol. Sus delicadas manos existen sólo para las caricias. Su boca tiene la consistencia de la carne de las papayas maduras. Sus piernas han sido torneadas por el agua y los vientos con infinita dulzura. Kerana, la suavísima dormilona. Kerana, la joven más codiciada de toda la tribu.

Todos disfrutan de los escasos momentos en que la dormilona deja su hamaca para pasearse por la aldea, pero aún nadie imagina la desgracia que su belleza encierra para ella y para toda la gente que está a su lado.

Desde lo más oscuro de las sombras nefastas, Tau, el espíritu del mal, observa a la niña. La observa con deseo. La observa con pasión lujuriosa. La observa para encontrar los puntos débiles y atacarla. La quiere para sí y está dispuesto a todo para conseguirla.

El espíritu maligno se decide ahora a atacar. Para aparecer en la tierra convierte su repugnante cuerpo en el de un joven apuesto y elegante. Vestido como un extranjero acierta a pasar por la aldea donde Kerana duerme sus dulces sueños. Lleva entre sus manos un flauta mágica que hace sonar junto a la hamaca de Kerana. La niña despierta y ve al joven. Nunca antes había visto un joven tan hermoso. El genio maléfico sonríe grotescamente para sus adentros, pero en el exterior de su ingenioso disfraz la sonrisa es casi celestial y la mirada suavemente acariciadora. Kerana, hechizada por la música, la mirada y la sonrisa, lo escucha con placer. Más tarde el joven sigue su camino dejando extasiada a Kerana. Pero la estrategia del espíritu maligno es observada con detenimiento por Angatupyry, el espíritu del bien. “¡No te será fácil!” piensa para sí Angatupyry. La calma de otrora ya ha sido rota. Aunque en apariencias todo esté como entonces, en los cielos ha comenzado la lucha.

***

Kerana duerme y sus sueños son ocupados por una única imagen, la del joven que pasó como pasa la suave brisa, dejándole un placentero recuerdo.

Pero Tau le tiene preparadas otras trampas a la niña hija de Marangatu. Dos días después de su primera aparición vuelve con el sonido de su flauta mágica a despertar a Kerana. La niña ahora lo escucha embelesada. Ya no es sólo música lo que trae el joven desconocido. Ahora conversa con ella. Le cuenta historias maravillosas. La enamora. Angatupyry observa las visitas de Tau que ahora se hacen diarias. Un paseo por el monte. El obsequio de una mariposa de radiantes colores. Miradas de pasión.

Angatupyry decide intervenir. Primero siembra la duda en la niña. Le hace soñar sueños escandalosamente repugnantes. En sus pesadillas, Kerana ve como el joven apuesto y tierno se transforma en un horrible monstruo, se transforma en el mismísimo Tau. Pero la innata ingenuidad de Kerana la lleva a contar sus pesadillas al joven. Cuando Tau se entera de los sueños cae en la cuenta de que es acosado por Angatupyry y decide enfrentarlo. Como tantas otras veces, Tau y Angatupyry se han de trabar en una lucha sin tregua. Eligen como escenario los grandes campos cercanos a las colinas de Areguá.

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La lucha es fragorosa. Durante seis días con sus noches se han debatido los espíritus contrapuestos cruzándose en furibundos encuentros cuerpo a cuerpo. Lanzándose llamaradas de odio. Kerana ha dormido esos seis días completos sin levantarse ni abrir los ojos.

Tau y Angatupyry, trenzados en recio combate, continúan ahora la lucha. Una vez más Angatupyry está venciendo. Tau extenuado trata de evadir las feroces embestidas del espíritu del bien. Una vez más el bien triunfará sobre el mal. En su lecho, Kerana comienza a tranquilizarse. Tau se va retirando de sus sueños.

Angatupyry sonríe viendo casi vencido a su eterno enemigo. Tau muerde el polvo de la derrota. Rueda por el campo una y otra vez tratando de esquivar los arrestos de Angatupyry. Su monstruoso cuerpo herido y dolorido ya no da para más, está a punto de retirarse del combate. Ya es el séptimo día de lucha y Tau se ve a merced de su enemigo, pero con el último aliento invoca al dios del valor. Lo invoca sabiendo que él también puede morir para siempre jamás con esa súplica.

—Pytãjovái, ayúdame a vencer—, gime desde el suelo Tau.

—Pytãjovái, ayúdame—, repite con desesperación viendo avanzar a Angatupyry.

Un viento de fuego frena el ataque de Angatupyry. Tras las llamas se escucha la horrenda carcajada de Tau. Pytãjovái ha escuchado los ruegos del malvado y se ha presentado en el campo de batalla con todas sus armas. No crecerá más el pasto donde el aliento del dios del valor ha sido expulsado. Angatupyry yace moribundo. Tau se levanta y mira altivo con sus ojos cargados de maldad. Kerana despierta de pronto. Marangatu que ha estado observando el largo sueño de su hija intenta hablarle pero la niña le pide que la deje sola y sube a lo alto de un árbol desde donde escruta el horizonte. Tau, convertido nuevamente en el apuesto joven se dirige hacia ella sin oposición alguna.

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Kerana escucha el sonido de la mágica flauta del joven que le ha hecho perder la cabeza. Hechizada, baja del árbol y corre por el monte al encuentro del mágico sonido. Fundidos en un largo abrazo los jóvenes se saludan. Tau, desde su disfraz de ingenuo, por primera vez le habla con lascivia. Le habla de sus deseos más recónditos. Se desenfrena haciéndola protagonista de los placeres carnales que él imagina. La niña pretende resistirse pero Tau, conducido por sus propias ansias, se muestra ante ella con toda su fealdad convirtiéndose de pronto en el terrible monstruo que es. Grita Kerana y toda la tribu acude a su llamado. Tau se aferra a su presa y huye enceguecido. Nadie puede detenerlo. Lo ven alejarse llevándose consigo a la bella Kerana.

Tau conduce a la niña a su inaccesible morada y la persuade de intentar escaparse.

—No lo intentes, morirás si pretendes irte—, le dice con su voz de trueno.

Tau, a partir de entonces sacia su sed de placer en el joven cuerpo de Kerana.

Sometida, la niña llora desconsoladamente y su llanto enfurece aún más al terrible espíritu del mal. —No seré tuya jamás— grita Kerana cada vez que el monstruo la posee, pero el grito es apagado por los ensordecedores gruñidos de Tau.

La tribu implora, clama, pide a Arasy que interceda para lograr el milagro de rescatar a Kerana. La indignación y el estupor han invadido a las gentes que ahora piden un castigo ejemplar para el raptor desalmado. Arasy escucha los ruegos y maldice a Tau, lo maldice para toda la eternidad y maldice a toda su descendencia.












Siete lunas han pasado desde aquel día aciago en que Kerana fue raptada por el malvado. Siete lunas han observado pálidas de espanto la desesperación de la niña. Ahora Kerana está dando a luz. Ella espera un niño, pero la maldición de Arasy le ha hecho engendrar un monstruo.

  El primer  hijo Kerana da a luz un horrible monstruo de siete cabezas. Siete de cabezas de perro cuyos ojos despiden llamaradas. Siete cabezas de perro y un horrible cuerpo de lagarto. En el futuro será conocido como Teju Jagua. Siete cabezas de perro que le condenan a la inacción. Su ferocidad fue aniquilada por deseo de Tupã y, contrariamente a su horrenda figura, se alimenta solamente de frutas y de la miel que su futuro hermano menor, Jasy Jatere le lleva hasta su escondrijo. Kerana, asediada permanentemente por Tau, parió un hijo cada siete lunas. Todos sietemesinos. Todos fenómenos deformes. Todos malvados.







El segundo hijo del mal vio la luz con la forma de una gran sierpe con cabeza de loro y un descomunal pico. Su bífida lengua, roja como la sangre. Su piel escamosa y veteada. Su cabeza emplumada. Su mirada maléfica. Se le conoce con el nombre de Mbói Tui, ronda por los esteros y protege a los anfibios. Adora la humedad y las flores. Se lo puede identificar sin verlo pues lanza terribles y potentes graznidos que se escuchan desde tantísimas lejanías.
















Kerana, abrumada por la pena, apabullada por el incontrolable Tau, carcomida por la certeza de estar engendrando monstruos capaces tan sólo de hacer el mal. Dolida porque su cuerpo es el artífice que está dando forma a un ejército terrible, pare su tercer hijo: Se le conocerá en el mundo de los hombres con el nombre de Moñái y tal como su antecesor inmediato, su cuerpo es el de una enorme serpiente. Posee dos cuernos rectos e iridiscentes que funcionan como antenas. Sus dominios son los campos abiertos. Sube a los árboles con gran facilidad y se descuelga de ellos para cazar a las aves con las que se alimenta, a quienes domina con el hipnótico poder de sus antenas. Es por ello que también se dice que es el señor del aire. Moñái protege el robo y lo fomenta. Ladrones y sinvergüenzas aún hoy lo invocan en sus fechorías.







En su cuarto período de gestación, Kerana siente que al fin hay algo de humano en su vientre. A los siete meses, como ha ocurrido con todos sus hijos anteriores, pare a un niño de dorados cabellos y piel muy blanca, pero el niño ha nacido con un bastón áureo en su mano derecha. Una leve presión sobre su varita mágica y el niño, al que llaman Jasy Jatere, desaparece volviéndose invisible. El niño horroriza a su madre desapareciendo y apareciendo en lugares increíbles. Jasy Jatere será el duende que en las siestas, escudado en su figura de niño, asediará a las jóvenes y a las niñas que se animen a salir solas, conquistándolas y poseyéndolas con los poderes de su mágico bastón. Dominará a las abejas y de ellas obtendrá la miel con la que se alimentará, cuyos restos lleva hasta la cueva donde vive su hermano mayor, Teju Jagua.










Kerana no tiene consuelo. Ya hace más de dos años que se encuentra presa del espíritu del mal y Kerana sigue contando los días. Su radiante cuerpo de otrora se ha deformado debido a los maltratos que ha recibido en forma constante por parte de Tau. Ahora Kerana da a luz al quinto engendro del mal. Su figura se parece en mucho a la de Tau, En sus rasgos agudos. En su piel oscura, en el cabello de alambre y la boca grande. Se le conocerá por su nombre: Kurupi, que llenará de temor a las jóvenes. Y también se le conocerá por su principal característica física: un enorme y larguísimo pene que lleva enrollado a la cintura. Sus ataques a las mujeres solas que se aventuran por la selva serán mucho más furibundos y crueles que los de su hermano Jasy Jatere. En esos casos Kurupi viola y mata a sus víctimas. Pero su mayor diversión es raptar a las vírgenes, quienes desparecen misteriosamente para regresar encintas y listas para parir a los siete meses. Los hijos de Kurupi, sin embargo, mueren al séptimo día de un extraño mal. Kurupi domina a los animales silvestres y no abandona nunca la selva donde reina con el poder de su sensualidad, excepto para raptar a sus víctimas.








Cansada y desilusionada. Entregada y mustia, Kerana da a luz a su sexto hijo. Una vez más sietemesino. Una vez más monstruoso. Se le conocerá con el nombre de Ao Ao. Posee la facultad de reproducirse solo y vive en una gran manada en las zonas más inhóspitas de cerros y montañas. El "Ao Ao" se alimenta de carne humana y vive persiguiendo a las gentes que se aventuran por los cerros. La única manera de salvarse de la manada es trepando a un pindo. Cualquier otro árbol en el que se refugien los perseguidos será desarraigado por sus terribles garras y derribado en poco tiempo pero al parecer, el pindo posee algún hechizo contra la ferocidad de estos monstruos. El Ao Ao es cuadrúpedo pero cuando ataca se para en dos patas. Sus poderosísimas garras y su cabeza feroz nos recuerdan a un oso, pero su cuerpo es como el de una oveja y bajo esa apariencia logra que las gentes se acerquen sin temor.









El séptimo alumbramiento de Keraná fue tan terrible como los seis anteriores. Esta vez, de su vientre, nació una criatura totalmente contrahecha. Su cabeza, semejante a la de un perro, deja ver una larga hilera de filosos dientes de diferentes tamaños. Sus orejas son pequeñas e impuestas en la parte superior del gran cráneo. Su cuerpo esmirriado y seco, sus extremidades mitad humanas, mitad garras le dan un aspecto desgarbado. Se le conocerá con el nombre de Luisõ. Luisõ habita en los campos santos y se alimenta de los cadáveres que allí desentierra. Se le puede escuchar en las noches de luna llena, cuando emite sus lastimeros y aterrorizadores aullidos trepado a las lápidas de las tumbas.













Luisõ fue el último alumbramiento de Kerana. Tau, parece concentrarse ahora en alimentar el malvado espíritu de su prole y se olvida de la doncella. Vejada y arruinada la pobre Kerana duerme cada vez más para evitar las lágrimas, infructuosamente, pues hasta en sueños llora…

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Dejemos por un momento la maldición de Arasy, que se está cumpliendo en toda su extensión mientras Tau se regocija con los genios del mal que ha engendrado. Dejemos por un momento la expansión del mal, los espíritus, los fenómenos y las gentes.

Vayamos ahora hasta el lugar donde se encuentra Tume Arandu. A orillas de una aguada luminosa, el sabio investiga las hojas de unas plantas pequeñas que allí crecen. Una voz extraña y chillona lo sobresalta: —Tengo algo que decirte— dice la voz. Recuperado del susto inicial, Tume Arandu alza la vista y no ve sino al Jahari gua’a que está posado en una rama cerca de allí. El ave lo mira y repite la frase: —Tengo algo que decirte—. Tume Arandu se acerca y le ofrece el dorso de la mano a la manera en que un aficionado a la cetrería lo haría con su halcón. El gua’a se posa sobre el brazo de Tume Arandu y le habla al oído.

A juzgar por las expresiones de Tume Arandu, pues desde aquí no podemos oír lo que le está diciendo, debe ser algo asombroso. El gua’a habla sin parar y Tume Arandu expectante, lejos del paisaje que le rodea, absorto, escucha las maravillosas palabras del ave. Luego, con el gua’a en el hombro cual un pirata, se dirige hacia el otro lado de la aguada y se pierden por un estrecho camino entre los árboles del monte. El secreto le ha sido revelado.

Tal como lo había dicho Tupã, los esfuerzos de Tume Arandu han merecido la develación del secreto. Tume Arandu ya conoce la hierba mágica, el ka’aruvicha, la hierba portadora de la eterna juventud. Pero también conoce cuáles son las condiciones para utilizarla. Restricciones severísimas acarrea el uso del ka’aruvicha, restricciones que de ser violadas se pagan con la propia vida. El hombre que haya bebido la infusión de ka’aruvicha y cometa el angaipa, será hombre muerto. Pero si se mantiene casto, mantendrá su juventud, será inmortal, gozará siempre de buen humor, será sabio y estará a salvo de toda enfermedad. En cambio la mujer que la beba se fortalecerá, procreando de mejor manera y sin dolores de parto.

Tume Arandu prepara la infusión. Él mismo ha de beberla y ha de dársela a sus hermanas y al gua’a, maravilloso instrumento de Tupã, que ha partir de ahora no se separará de Tume Arandu ni un solo instante.

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A los siete años, los fenómenos alcanzan su apogeo. Sus fechorías constantemente atormentan al pueblo. Los frecuentes raptos de las doncellas que lleva a cabo Kurupi. Las violaciones. Los robos y saqueos de Moñai. Los ultrajes de los cementerios de Luisõ. Las escandalosas travesuras de Jasy Jatere. Las salvajes persecuciones de la manada de Ao Ao y sus ritos antropófagos. Los graznidos de Mbói Tui. la terrible mirada de fuego que se esconde en la cueva de Teju Jagua inspirando temor y supersticiones.

Moñai acumula el producto de su pillaje en Yvytykuápe. Nadie se atreve a cruzar los montes por temor a Kurupi. Los cerros son el imperio de la ya famosa manada de Ao Ao. El cementerio se transforma en lugar de miedo y terror por obra de Luisõ. El atrevimiento de los cazadores que buscan sustento en los esteros es castigado con la muerte por Mbói Tui, el protector de los anfibios. Muertes, ultrajes, robos y violaciones predisponen a los habitantes de la tribu a pelearse unos con otros. A matarse entre hermanos. Las familias se atacan unas a otras. Se incendian las aldeas.

El mal, propagado por el triunfo de Tau, impera en las tierras que Tupã bendijo aquel día primero. Ahora los hombres se arman, se matan, prefieren el vandalismo a la bondad. La semilla del mal está instalada en toda la tribu.

Es en este momento de confusión y furia es cuando la calma y sabiduría de Tume Arandu aparecen para decir basta. El sabio convoca a los avare y a los más renombrados miembros de la tribu para que le acompañen al Ñemono ongáva de Atyha pues tiene algo importante que decir, algo que solucionará los problemas actuales.

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Aquel día el pueblo estuvo reuniéndose desde muy temprano, deseoso de escuchar las palabras de Tume Arandu. Cuando todos estuvieron atentos, el sabio les dirigió un breve pero clarìsimo mensaje de amor, de unidad y de compañerismo. Lo hizo con palabras sencillas, las más difíciles de pronunciar en esas ocasiones. Lo hizo apelando al sentimiento común y dejó en todos y en cada uno de los asistentes la semilla de la bondad y la esperanza.

Luego, en una sesión secreta, se reunió con los notables de la tribu y les dijo:

—No les digo nada nuevo contándoles que estamos viviendo un tiempo en el que la muerte se impone sobre la vida. La tristeza ocupa el lugar que antes estaba reservado a la alegría. El odio es el sentimiento que reemplaza al amor. La sangre corre con más fuerza que el agua de nuestros arroyos. El agua cristalina de la vida se enturbia en las oscuras cloacas de la muerte. Es evidente que de esta forma nos encaminamos directamente a la desaparición total. Hemos de hacer algo.

Tume Arandu hizo una larga pausa y luego continuó ante el azorado silencio de todos los notables de la tribu:

—He de revelarles un gran secreto.

Todos intercambian miradas y asienten con la cabeza.

—Tupã ha enviado un mensajero a través del cual está con nosotros todo el tiempo, dándonos las indicaciones para que terminemos de una vez y para siempre con los males que nos azotan.

Hélo aquí, el Jahari gua’a se ha revelado como mensajero de Tupã.

Se sirve Tupã de él, como instrumento para estar a nuestro lado. Sus palabras me han inspirado un plan para destruir a los siete fenómenos y con la ayuda de una de mis hermanas podremos llevarlo adelante.

Ha llegado la hora del fin para los siete hermanos. Ya no tienen escapatoria. Debemos aprovechar este momento. Tau ha marchado hacia Ruapehu y no podrá intervenir. Si logramos acabar con ellos haremos retroceder a la maldad que tiende su manto sobre todos nosotros.”

Un pesado e incómodo silencio se forma cuando Tume Arandu calla.

—Si estamos de acuerdo en seguir el plan que Tupã nos dicta, he de marcharme para preparar a mis hermanas e iniciar las acciones.

Los asistentes con la mirada clavada en el piso responden con su silencio. El miedo y la incredulidad han ganado su voluntad, pero no pueden impedir que el valor de Tume Arandu y de sus hermanas se interponga a la maldad.

Tume Arandu se levanta y se marcha.

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Ya en la aldea, Tume Arandu hace llamar a sus tres hermanas y les pide que se sienten alrededor del fuego que él mismo aviva con una rama. Guarasyáva, Tupínamba y Porãsy, más luminosas que el mismo fuego, iluminan el lugar con su extraordinaria belleza. Tume Arandu les habla ahora de la juventud.

Les revela el secreto del ka’aruvicha.

Les cuenta los prodigios del Jahari gua’a. Les habla de la constante preocupación de Tupã por su pueblo y al fin, les cuenta el plan para exterminar a los siete monstruos.

—Yo iré a matarlo —dice, poniéndose de pie Porãsy— Engañaré a Moñái y escaparé de sus fauces sin un sólo rasguño, pero si Tupã desea el sacrificio, allí estaré para morir por mi pueblo.

Porãsy, altiva extiende su mirada más allá del círculo familiar que la rodea y gira alrededor de los reunidos. Está ansiosa por comenzar su tarea.

La misión no le asusta. Todo lo contrario, le infunde valor. Porãsy aspira el aire renovado de la tarde que va cayendo del otro lado del río. Llena sus pulmones más que de aire, de valor y coraje. Porãsy ha decidido ser la protagonista y así será.

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En el cual nos enteramos de cómo Porãsy llega hasta la caverna de Moñái y lo convence de reunir a sus hermanos.

Aún no sale el sol y Porãsy ya parte hacia la gruta donde Moñái vive y acumula el producto de su rapiña. Camina sola en medio de la oscuridad de la selva. Conoce cada tramo como la palma de su mano. Cada latido de cada ser vivo se convierte a su paso en un aliado que exhala su fuerza para acompañar a la joven. La menor de las hermanas de Tume Arandu marcha, y en sí misma acumula todos los deseos de la tribu, de la selva, de los cielos y de los ríos. Todos quieren verse libres de la maldad que por tantos años han soportado.

Porãsy avanza. Cuando se aproxima al cerro Kavaju, en cuya gruta descansa el monstruo, Porãsy redobla los cuidados. Su andar ahora es imperceptible. Es como una sombra que se adentra en la cueva. Tan sólo un lejano resplandor delata la existencia de una antorcha de fuego prendida en las paredes de la gruta.

Porãsy entra sin hacer el menor ruido. Porãsy sabe que Moñái, aún dormido no tardará en advertir su presencia. El fétido olor de la caverna mal iluminada, como una alimaña, se desliza y pretende cubrir a la joven, pero el poder de los aromas de la selva repelen la podredumbre y la niña se mantiene incólume. Moñái mueve su largo y viscoso cuerpo. Sus cuernos se iluminan con cada movimiento.

De pronto levanta la cabeza y sacando su bífida lengua, con voz de trueno dice:

—¿Quién eres, qué haces aquí?

—He venido a verte. Tanto se habla de tus hazañas. Tanto se habla de tu agilidad. Tanto se habla de tu valor. Tanto que me he enamorado y decidí venir a verte para decírtelo, Moñái, —contesta la joven.

Desconcertado el monstruo se arrastra hasta un lugar desde donde ver mejor la hermosura de Porãsy. Sus calientes bufidos dejan salir nubes que se adivinan blancas en la penumbra de la cueva.

—Dices que han llegado hasta ti los cuentos de mi agilidad y de mis hazañas y de mi valor.

—Así es.

—Y dices que te has enamorado de mí.

—Así es.

—Entonces estarás dispuesta a ser mía ahora mismo.

—Para eso estoy aquí, pero es mi deseo, antes de vincularnos, conocer a tus hermanos y celebrar nuestras nupcias junto a ellos.

Moñái, obnubilado por la suprema belleza, gira alrededor de la niña haciendo zigzaguear su largo y escamoso cuerpo. La desconfianza siembra su semilla en la naciente mañana que extiende sus primeras luces en la boca de la gruta.

Moñái piensa.

En sus iridiscentes cuernos la luz va y viene de arriba a abajo. Sin embargo, el deseo pesa más que la duda en esa extraña balanza que se mueve en el tenebroso interior de Moñái. Sus ojos son el reflejo de la cueva en la que habita y en ellos no hay lugar para otra cosa que no sea la extrema belleza de Porãsy.

Moñái ahora habla:

—Sabrás que Teju Jagua, uno de mis hermanos, no puede salir de su cueva a raíz de su deformidad, pero si realmente me amas, como dices, entonces podemos partir de inmediato hacia Jaguaru y celebrar la boda en aquel lugar.

El plan de Tume Arandu comienza a andar. La partida hacia Jaguaru, prevista por el sabio, es inminente. Porãsy responde de inmediato y sin dudar:

—Comprendo perfectamente y si ése es tu deseo, partiremos de inmediato.

Sin ningún recaudo la bestia parte hacia Jaguaru acompañado de la bella Porãsy. Allá van. Ella elegante y hermosa. Él reptando y avergonzado de andar así a la luz del día, pero ansioso de poseer a la que reina sobre la belleza de la tierra.

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Han pasado diez días desde aquella mañana en la que Porãsy llegó a la primera cueva, la de Moñái. Ahora está en la segunda caverna, la que sirve de habitación al temido e inofensivo Teju Jagua. Ha esperado la niña durante días junto al deforme de siete cabezas. Al fin Moñái ha regresado con el resto de sus hermanos.

Ahora están todos reunidos. Porãsy ataviada con un vestido de niebla y cascadas, sabe que está llegando el momento en que su actuación debe ser totalmente convincente. Ante su ojos, como nadie los ha visto antes, están los siete hermanos: Kurupi, Jasy Jatere, Moñái, Teju Jagua, Mbói Tui, Luisõ y Ao Ao. La postal es terrorífica pero todos están extrañamente alegres. Corre la chicha y beben los monstruos monstruosamente.

Fuera de la gruta es noche cerrada. La luna es la gran ausente a la fiesta. Tume Arandu y los suyos rodean el cerro en silencio. La trampa se prepara y el fin está cerca.

Adentro, la grotesta fiesta fulgura a la luz de las antorchas. Los monstruos tórnanse toscos y bamboleantes en medio de las tinieblas del alcohol. Porãsy espera el momento para actuar. Observa a los siete hermanos. Observa la borrachera sabiendo que su tribu espera una señal suya para actuar.

Momento culminante: Porãsy cree llegado el momento e intenta escapar. Alcanza la puerta y está a punto de salir. Desde afuera ya empujan la gran piedra que cubrirá la entrada.


Moñái advierte el movimiento y, como un rayo, saliendo de la penumbra envuelve con su cuerpo de serpiente el frágil cuerpo de la niña tirándola nuevamente al fondo de la caverna. Sus fauces abiertas desmedidamente para lanzar un grito aterrador: —¡Traición!—. El grito de la furia de Moñái. El grito desesperado de Porãsy: —¡Cierren la gruta, ya no puedo salvarme!—. La tribu clausura la entrada y el fuego exterminador comienza a alzarse en el cerro.

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Un enorme faro. Una antorcha gigante que enciende el día en el centro mismo de la noche. La tribu en ronda alrededor del cerro. Caminan tomados de la mano. Cantan opacando los terribles gritos de los siete hermanos monstruosos.

Tume Arandu de espaldas al fuego. El poeta busca el rostro del sabio y advierte rodando en sus mejillas dos perlas traslúcidas. Porãsy se ha sacrificado. El sabio despeja de su mente las imágenes de su pequeña hermana en manos de los monstruos. Deja salir las terribles imágenes convertidas en pequeñas lágrimas.

Arden los monstruos consumiéndose en el fuego. Arde Porãsy y su pequeño cuerpo ingresa en la transformación final. Espíritu de mua el espíritu de Porãsy, luminoso y claro se concentra sobre sí mismo.


Cerca de la madrugada la tribu entera presencia la ascensión de una luz pequeña e intensa que desde entonces llamaron Mbyja Kofi. También desde entonces, Tupã destinó al espíritu de la pequeña Porãsy a alumbrar la aurora de todas las mañanas de la historia.

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Siete días y siete noches estuvo el cerro bajo el mar de fuego, alimentado con ahínco por toda la tribu. Al fin, los siete maléficos ascendieron a los cielos convertidos en siete pequeñas estrellas que hoy conocemos como la constelación de Las Pléyades o Las Siete Cabrillas. La tribu les dio el nombre de Eichu y aún hoy se les conoce con aquel nombre.

Consumidos los horribles cuerpos de los monstruos y purificados sus espíritus, descansan para siempre en el alto cielo.

Cuando la luz del octavo día despeja los últimos restos de la densa humareda Tume Arandu abre la gruta. El viento se lleva para siempre las cenizas y la tribu vuelve a respirar la brisa límpida que Tupã legara en el principio.

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El contento y la grande alegría que la tribu toda siente ahora, liberada del tormento y del miedo provocado por los maléficos, se ve empañada por el sacrificio de Porãsy. Lloran sus antiguos pretendientes. Lloran sus hermanas. Llora en silencio el sabio Tume Arandu. Llora la selva y los ríos y el aire de la tarde y los pájaros del monte. Es el dolor de haber perdido a la que reinaba sobre toda la hermosura del mundo. Y el dolor se expresa con lágrimas dolientes.

Llora el poeta y enhebra las lágrimas de toda la tribu en su fina pluma, para bordar con palabras un canto de alabanza y alegría que borre las lágrimas y aleje el dolor.

La voz del poeta al fin logra expresar su canto y dice:

La naturaleza se expresa gozosa / cuando tu apareces, estrellita hermosa. / Blanca flor del alba, tan buena tú fuiste / que al querer salvarnos quemada moriste. / Hija de Arasy, perlita del cielo, / tu fresco rocío llega desde el cielo. /Lágrimas de niebla cargadas de esencias, /las flores se abren ante tu presencia. / Oh bella estrellita, cuando asoma el día / al mirar tu brillo nos das alegría. / De tu viaje eterno hallamos consuelo /al saber que eres mimada del cielo. /Y si las heladas blanquean los campos / tu luz refulgente tornase un encanto. / Tú eres del cielo la estrella encantada, /has nacido hermosa y eres venerada.

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Pasaron los días y la calma pareció retornar a la tierra. Los hombres se esforzaron por hacer las paces y olvidar sus rencores. En muchos sitios se encendieron fogatas que representaban el fin del odio y de la guerra. La rapiña y las pillerías iba desapareciendo poco a poco. La primavera con su esplendor comenzaba a hacer brillar a las plantas de la selva que restallaban de aromas y colores.

Una mañana en que la maravillosa orquesta de la creación se aprestaba a dar inicio a las primeras notas del gran concierto primaveral, de improviso el cielo se vistió de negro. El sol que había comenzado a tender sus áureos rayos palideció y quedó atrapado más allá de la densa capa de nubes borrascosas que avanzaron desde el oriente precipitándose con furia.

Tau estaba de regreso. Lo supo antes que nadie Tume Arandu a través del gua’a. Lo supo la tribu porque de inmediato recrudecieron la violencia y las rencillas. Lo supo el monte sobre el cual un viento destructor se abatió con la fuerza de mil huracanes dando por el suelo con ramajes floridos y pudriéndolo todo. Lo supo el río cuyas aguas se vieron encrespadas contra su voluntad y lanzaron miles de peces muertos a las orillas.

Tau rugía en lo alto del cerro y Kerana lloraba desconsolada. Tau prometía venganza y la venganza se iniciaba con esa arrolladora tormenta que no sólo agitaba el exterior de la tierra sino que encendía los fuegos más oscuros de los espíritus de los habitantes de la aldea.

Desde entonces un tiempo difícil se inició en aquellos parajes. Tau descendió del cerro y a toda carrera fue en busca del artífice de la destrucción de sus hijos. Fue en busca de Tume Arandu sin pensar que éste ya lo estaba aguardando.

Tau corre atraviesa los montes y en un tris se encuentra junto a una laguna donde el sabio se está bañando. Tau, fuera de sí, lo convoca con su grito vengativo. Tume Arandu gira sobre sí aún metido en el agua y mira fijamente a Tau. Lo mira con calma. Lo mira con fiereza. Lo mira de una manera única e inconcebible. Tau, avergonzado, huye del lugar.

El sabio nuevamente le ha tendido una trampa. Lo ha empayenado (embrujado). El poder del ka’aruvicha nuevamente ha dado resultado sobre la abominable maldad de Tau.

En su huida Tau se encuentra frente al Ita Oñeangecháha y ante la visión de su propia imagen desencajada y furibunda empaña con su aliento la piedra lisa y brillante y sobre ella dibuja una pata de ñandu en señal de amenaza y maldición a la generación de Tume Arandu.

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Nadie sabe ahora el paradero de Tau. Todos saben que se toparán con él sembrando cizaña. Las habladurías sobre sus maldades corren una tras otra de aquí para allá. La discordia y el mal son sembrados paciente y ardientemente por Tau en todos los rincones de la tierra. Los males se multiplican como nunca antes. El caos es ahora mayor que cuando los maléficos hermanos organizaban sus parrandas. Tau va de correría en correría, de la selva a los montes, de los montes a los poblados, de los poblados a los ríos, de los ríos a las islas y su maldad no parece tener fin.

En lo alto del cerro Jaguaru, Kerana continúa con su amargo llanto. No puede parar. Sus lágrimas son incontenibles.

Nadie que la viera ahora diría que esa mujer flaca, pálida y desgarbada fue hace apenas unos años una joven hermosa y soberbia, admirada por toda la tribu.

Su cabello antes radiante ahora está hecho jirones, mechas revueltas sobre una cabeza en la cual su rostro demacrado provoca lástima y espanto.

Kerana llora. Llora por su amargo destino. Llora por haberse dejado engañar. Llora por haber parido aquellos siete monstruos. Llora por sí misma y por su tribu. Llora hasta que la fuente de sus lágrimas se agota y al fin, desfalleciente, se deja caer sobre sí misma dando un último suspiro.

Kerana ha muerto y en el sitio de su muerte un pequeñísimo surgente deja correr un hilo de agua para toda la eternidad.

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El Narrador de Cuentos: - XI - "Los 7 monstruos". El Narrador de Cuentos: - XI - "Los 7 monstruos". Reviewed by Unknown on viernes, marzo 18, 2016 Rating: 5

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Juanjo Sabe

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